BESAYA

Carta abierta a la Oficina de Turismo de Santillana

Un visitante de Barcelona relata su terrible experiencia en una hermosa población que no está adaptada para personas en silla de ruedas y en la que la Oficina de Información y Turismo parece estar desinformada.

Santillana del mar se prepara para
Santillana del Mar

Santillana del Mar es una de las poblaciones más hermosas de Cantabria. No en vano, pertenece a la red de los Pueblos más bonitos de España. Cada año miles de personas se acercan a pasear por sus calles empedradas, a comer en alguno de sus restaurantes y a visitar sus muchos monumentos históricos. Pero ese carácter atemporal, esa sensación de que el tiempo se detuvo muchos siglos atrás, no es solo eso, una sensación, sino al parecer una realidad.

Una carta recibida en esta redacción de un turista de Barcelona, Fernando de la Puente, relata una experiencia que no se suele asociar a Santillana, pero que es tan real como lo que tuvieron que pasar para intentar pasear por sus calles o comer en sus restaurantes.

Bajo el título ‘La Oficina de “Información” y Turismo de Santillana del Mar, este lector explica no solo las dificultades propias del diseño del municipio, sino lastrabas de empleados y funcionarios a la hora de solicitar ayuda, así como la falta de facilidades para su mujer, que viajaba en silla de ruedas. Todo ello sumado a unos restaurantes que no están adaptados para personas con esta discapacidad.

El final del relato, que reproducimos a continuación, es tan significativo como clarificador.

La Oficina de “Información” y Turismo de Santillana del Mar

Muy Sres. míos,

El hecho de entrecomillar en el asunto de este correo, la palabra información, quizás le dé una primera pista del motivo de mi escrito (aunque creo que también habría podido enmarcarle entre signos de interrogación).

Tras varios días transcurridos después de un maravilloso viaje que con mi mujer hicimos este pasado Julio por el Norte de España y en cuyo itinerario estaba incluido Santillana del Mar, creo estar lo suficiente tranquilo y sosegado como para valorar de una manera correcta la desagradable experiencia vivida en Santillana del Mar.

El 05 del pasado mes de Julio, llegamos en coche mi mujer (que se desplaza en silla de ruedas) y yo mismo, a Santillana del Mar. Llegábamos con la intención de comer algo y de paso enseñarle (mi mujer nunca antes había estado en Santillana del Mar) alguno de los múltiples y preciosos rincones que todavía recordaba de anteriores visitas mías.

Nada más entrar en la población y profusamente indicado, estaba claro que no había más opción que aparcar en un parking habilitado para el visitante, así que seguí esas indicaciones. Pero al llegar y percatarme de que el camino hacia el parking era con bastante pendiente y además empedrado, pregunté al encargado que en la misma entrada cobra por la estancia, dónde podría aparcar teniendo en cuenta la dificultad de movilidad de mi esposa.

El encargado me informó de que no había ninguna plaza pensada para discapacitados, y además me indicó que el coche debía dejarlo todavía más abajo de donde ya estábamos (con la misma pendiente y empedrado) en una parcela de césped en donde ya vería otros coches aparcados.

Tras hacerle ver que moverse con la silla de ruedas por el césped no era en absoluto fácil, el encargado accedió, no con mucha convicción, a que dejara el coche en una zona, asfaltada, habilitada para residentes. Cosa que hice, eso sí, dejando bien a la vista la consabida tarjeta identificadora de discapacidad.

Una vez aparcados y no sin algún que otro malabarismo y esfuerzo para poder remontar la pendiente, el empedrado y la estrechez de la acera, nos dispusimos a buscar una mesa en la que comer. Pero no logramos encontrar ni un sólo restaurante, ni uno en todo Santillana del Mar, que dispusiera de rampa para poder acceder en silla de ruedas (!!!???). Y lo que a mi modo de ver es todavía peor: tras los primeros 2 ó 3 intentos de acceso fallidos, dejaba a mi mujer en la calle para entrar yo a preguntar cómo podríamos entrar, y me encontré en más de uno y más de dos restaurantes, con caras de sorpresa ante un hecho que parecía totalmente nuevo para ellos.

Dado que se hacía tarde y corríamos el riesgo de no encontrar donde comer, decidimos irnos y probar en alguna otra población. Pero de camino hacia el parking nos cruzamos con la Oficina de "Información" y Turismo.

La entrada en ella me pareció de lo más obvio, así que lo hice y pregunté por algún restaurante con acceso para sillas de ruedas. Pero a la empleada que me atendió parece que la cogí algo despistada. La mujer balbuceó algo, pareció reflexionar, y finalmente me indicó muy amablemente que ¡no lo sabía!.  ¿No lo sabía?  Tras indicarle que esa ignorancia no me parecía muy lógica en una Oficina de "Información" y Turismo, le reclamé una Hoja de Reclamaciones. Pero entonces me indicó que no tenían Hojas de Reclamaciones, que si lo que quería era poner una reclamación que me dirigiera al Ayuntamiento (no precisamente próximo para una silla de ruedas transitando por calles empedradas)

Evidentemente y aunque no sin antes solicitar, sin éxito, que nos devolvieran el coste del parking dado que ni pudimos comer ni tampoco visitar Santillana del Mar, cogimos el coche y seguimos nuestro viaje.

A los pocos kilómetros, poquísimos, divisamos una estación de servicio junto a la carretera y hacia ella nos dirigimos. Pudimos aparcar, gratuitamente, en una de las múltiples plazas de parking habilitadas para minusválidos en la misma puerta de acceso al restaurante, y entramos en el local por una cómoda rampa que evitaba los pocos escalones de acceso de la entrada. Comimos estupendamente, barato y bien atendidos, además de poder utilizar los lavabos, también perfectamente habilitados para personas con movilidad reducida. Lo que no encontramos en la maravillosa Santillana del Mar, que según creo vive básicamente del Turismo, lo encontramos en una sencilla gasolinera de carretera.

Desde mi modesto punto de vista: ¡lamentable! 


Fernando de la Puente Martorell
Barcelona