Vivimos una crisis multidimensional económica, política, social y de cuidados, esta última de la que casi no se habla es la que afecta de manera más estrecha a la clase trabajadora y de forma más concreta a las mujeres: doblemente explotadas por ser trabajadoras y mujeres, más aún si son extranjeras.

Toda la propaganda y política comunicativa de los distintos partidos de izquierda toma la defensa de derechos de los y las trabajadoras como bandera, con distintas identidades y formas de expresión. Ha habido desde caracterizaciones concretas haciendo referencia a fórmulas más históricas (clase trabajadora, proletariado) a nuevas formas de comunicación y de propaganda (1% contra99%, los de abajo contra los de arriba, asalariados, el “precariado”), todo ello para llegar a la clase trabajadora con la intención de representarla, conseguir su apoyo explícito y llevar a cabo los cambios necesarios que la situación actual exige y que sin su protagonismo no son posibles.

Para que el mensaje llegue no sólo vale con la parte comunicativa, que no deja de ser importante: es necesario ser parte de la misma, compartir experiencias partiendo de la base donde se encuentre, reivindicando un horizonte común y el cual sea fruto de experiencias y caminos conjuntos recorridos; pero en ningún modo comportándonos como generales que ven la batalla desde lejos y diseñan la táctica a partir de los mensajes que llegan del campo de batalla. Hay que compartir trinchera.

Hoy tenemos una sociedad más culta y rica (aunque empobrecida) que hace 20 años: esto es importante, pero debemos aprender de aquellos procesos de lucha que arrancaron, con sangre, sudor y lágrimas, importantes derechos sociales, derechos que hoy nos están quitando sin apenas oposición y que fueron conquistados utilizando la huelga y la movilización como herramienta fundamental.

Una de esas conquistas precisamente consistió en el acceso a la universidad de la clase trabajadora, y como resultado tenemos una juventud muy preparada a la que están echando del país las políticas de austeridad impuestas por la UE y el bipartidismo gobernante como brazo ejecutor de este régimen continuista del anterior. Una juventud que engorda unas cifras de paro alarmantes y que vive en uno de los países en los que hay un mayor riesgo de caer en el umbral de la pobreza. Aquí no hay futuro.

También hay una masa de trabajadoras y trabajadores que, sin ninguna o escasa formación académica, nos encontramos o bien engordando las listas del paro o bien en trabajos que se están precarizando a marchas forzadas a base de reformas laborales y leyes represivas: basta decir que ha aparecido una nueva figura, la de “trabajador pobre”, que es aquel que, aún teniendo trabajo, dicho empleo no le permite vivir con los recursos mínimos de subsistencia. Y aquí entran en juego unas pensiones de nuestros mayores que han de servir de paliativo de los salarios de miseria de sus hijos e hijas, con unas pensiones cada vez mas exiguas y con un fondo de pensiones dilapidado por un gobierno que tiene claro el tipo de sociedad que quiere.

Los nuevos métodos de trabajo puestos en marcha como adaptación al nuevo mercado laboral (hemos pasado del trabajo en cadena en fábricas de miles de trabajadores a la división actual del mercado laboral) dificulta en buena medida la participación de los y las trabajadoras en la vida política y sindical, más si hablamos de las mujeres que además acarrean con el trabajo de cuidados de niños, mayores y enfermos con muy poco apoyo institucional.

Todo esto, junto con un debate que en demasiadas ocasiones está muy alejado de los problemas y necesidades concretas de la gente y la pérdida de la movilización en la calle debido a la ilusión electoral entre otros factores, ha dado al traste con un proceso de experiencias propias que la clase trabajadora hizo durante las movilizaciones en defensa de nuestros derechos: acciones como parar un desahucio daban a la gente la oportunidad de hacer política y protagonizarla.

Debemos ponernos en marcha no solo electoralmente (que también es muy importante): HAY QUE ECHARLOS, pero lo fundamental es hacer experiencias de auto-organización en los lugares de trabajo, en barrios, plazas y en los centros educativos, en todos aquellos lugares comunes que debemos defender para construir una sociedad mejor más solidaria y donde el individualismo no tenga cabida.

A esto es hacia donde debe dirigirse cualquier organización que pretenda ser una herramienta para el cambio real de la sociedad, y no mirando desde una atalaya a aquellos a los que se pretende representar: creando espacios de participación política que generen movimiento y promuevan un debate que entonces sí, será muy importante.

Hay una buena parte de esta clase social de la que hablamos que no se siente representada por ninguno de los partidos políticos que aspiran a su representatividad y ni siquiera de ningún sindicato, pero forman parte de aquel rechazo de mayo de 2011 que gritaba aquello de “NO NOS REPRESENTAN” y que ha roto para siempre con el bipartidismo. La tarea que tenemos por delante es escuchar a esa clase trabajadora que, a pesar de que aún no se siente representada, está pidiendo un cambio real a voces. La tarea que tenemos por delante es acompañarla y ser parte de ella, aprovechando el pie que tenemos en las instituciones para amplificar su voz. La tarea que tenemos por delante no es dirigirnos a ella con miedo a aparecer como radicales y hacerlo de manera paternalista: hay que decir las cosas tal como son y no caer en la trampa de aparecer con una falsa responsabilidad que sería la derrota y la pérdida de lo que hemos conseguido hasta ahora. Nuestra mayor responsabilidad es estar a la altura, o esto lo aprovecharan los mayores enemigos de la clase trabajadora, la extrema derecha.