MEMORIA

Un hombre de izquierdas con un par de… corazones

El 27 de octubre de 1941, la Guardia Civil y la Policía Armada abatían en un portal de Santander a Pin ‘El Cariñoso’, que en el invierno de 1937 se había echado al monte, donde acabó liderando un grupo de escondidos, la mayoría de ellos miembros de la CNT, que trajo en jaque a las nuevas autoridades franquistas y a sus fuerzas represivas.

Cicero: “La venganza hacia ellos se aplicó sobre todo a los más débiles”.

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Isidro Cicero, ante la fosa común del Carinoso y sus compañeros en el cementerio de Santander | AGE

Plaza del pueblo de San Roque de Riomiera, invierno de 1937. Hace unos meses que las tropas franquistas han tomado Cantabria, y el joven José ‘Pin’ Lavín trabaja en la panadería de su tío cuando dos guardias civiles se acercan a él y le piden que les acompañe al cuartel de Falange en Liérganes para prestar declaración. Pin nació en Liérganes, heredó de su abuelo el alias ‘El Cariñoso’ y llegó a sargento en el Batallón Libertad –de la CNT–, con el que combatió en Asturias hasta que al caer el Frente Norte decidió volver a su pueblo, convencido de que nada malo había hecho, por lo que poco o nada malo tenía que temer. Pero su padre le contó anoche que la víspera le obligaron a trasladar en su camioneta a un asturiano, que vagaba por el monte, hasta el cuartel de Falange en Liérganes, de donde desapareció misteriosamente tras declarar. Y ahora es él quien recorre detenido los 17 kilómetros que separan San Roque del mismo cuartel, donde al llegar es introducido y pasa el día, la noche y el día siguiente sin que nadie le tome declaración. Cuando escucha una lejana conversación que confirma sus sospechas de que en realidad ya está condenado a muerte, el hábil Cariñoso improvisa una ganzúa con una cuchara, abre la puerta del cuarto en el que se encuentra recluido, de un puñetazo se quita de encima al guardia municipal y lo desarma antes de echarse al monte, donde acabará liderando un grupo que durante los próximos años traerá en jaque a las nuevas autoridades franquistas y a sus fuerzas represivas.

“En esos 16 años que hubo entre la muerte del Cariñoso y la de Juanín, cambió la situación general”

El Cariñoso y Juanín nunca coincidieron en el monte. Ni en el espacio ni en el tiempo; El Cariñoso actuó en el este de Cantabria –Miera– de 1937 a 1941 y Juanín lo hizo en el oeste –Liébana– de 1943 a 1957. “En esos 16 años que hubo entre la muerte del Cariñoso y la de Juanín, cambió la situación general”, afirma Isidro Cicero, y es que el 27 de octubre en que El Cariñoso fue abatido en un portal de Santander sólo habían pasado dos años y medio desde la victoria franquista y ocho meses desde el incendio que redujo a escombros la calle Cádiz y otras cuarenta calles de la capital cántabra, mientras que el 24 de abril en que Juanín fue abatido en una curva de La Vega “la sociedad ya estaba reconstruyéndose”. “Cuando casi en los años sesenta murió Juanín, a los del monte ya se les llamaba guerrilleros, maquis, resistencia o ejército de la República, pero El Cariñoso murió cuando a la cultura popular aún no le había dado tiempo a ponerles un nombre político; en aquellos años, en el occidente se les llamaba huidos y en el oriente se les llamaba simplemente escondidos, y eso define perfectamente lo que pasó: después acabaron organizándose y luchando contra el régimen –los análisis y los debates que compartían en el monte fueron concienciándolos y politizándolos cada vez más–, pero primero simplemente se tuvieron que esconder para salvar su vida… en primera instancia, porque al final también fueron muertos”, recuerda el autor de ‘Los torvos y fieros motivos de El Cariñoso’ (1978), reeditado posteriormente como ‘El Cariñoso. Los emboscados del Miera’.

incendiosantanderCalles del centro de Santander arrasadas por el incendio que afectó a la capital cántabra en 1941 | CDIS

Cicero destaca asimismo que la represión franquista durante la época en que Pin permaneció en el monte se sostuvo sobre “cuatro pilares”: los castigos físicos –“los cortes de pelo, las palizas, el machaque, la tortura… aquel primero momento se caracterizó por la imposición del terror físico”–, las depuraciones profesionales –“gente que tenía un trabajo, por ejemplo de maestro, y se lo quitaron; El Cariñoso era panadero y no le dejaron trabajar, que es otra forma de depuración”–, la incautación de bienes –“las vacas, un molino… bienes que al principio eran incautados espontáneamente bajo el impulso de determinados mandos, pero después un decreto de Franco facultó a los tribunales de excepción para incautarlos, y las comisiones provinciales de incautación de bienes incoaron 300.000 expedientes en toda España”– y las sanciones económicas. Y es que la represión la sufrieron especialmente “los familiares de los escondidos”, y muy especialmente “las mujeres: las madres, las compañeras, las hermanas…”, pero también “los niños” y hasta “los animales” –“se mató a muchos perros, que son fieles, tienen buen olfato y conocen a sus amos y pueden ayudarlos”–, es decir que “la venganza hacia los escondidos se aplicó sobre todo a los más débiles”, añade Cicero.

En la primavera de 1940, el Gobierno Civil decreta una evacuación general de la comarca del Miera para intentar aislar al grupo del Cariñoso y así poder neutralizarlo con la ayuda del Ejército. No lo logra, pero la medida empuja a Pin y a una parte de sus compañeros a desplazarse a Santander, y cuentan que mientras el Ejército batía los montes del Miera, el escurridizo Cariñoso se paseaba tranquilamente por las calles o jugaba partidas de cartas en los bares de la capital cántabra disfrazado de militar, de guardia civil, de marinero o de cura.

Camino de una muerte segura, Pin baja las escaleras a zancadas y disparando sus pistolas a derecha y a izquierda

Santander, 27 de octubre de 1941. Tres personas ocupan la buhardilla de los porteros del número 44 de la céntrica calle Santa Lucía: la propietaria del piso, su hija María ‘Cuca’ Solano –de nacionalidad estadounidense porque nació en Arizona aunque se crió en La Cavada, el pueblo cercano a Liérganes del que desciende– y su pareja Pin El Cariñoso, que en los últimos meses ha ganado unos cuantos kilos de peso. Hace unos días que Cuca y él han vuelto de Barcelona –donde ella tiene familia–, y ya disponen de la documentación falsa, el dinero y el disfraz necesarios para abandonar España en barco. Esta tarde esperan la visita del enlace que supuestamente les ayudará a hacerlo, pero son las cuatro, y la Guardia Civil y la Policía Armada ya han bloqueado la calle Santa Lucía y ocupado todos los pisos del número 44, excepto la buhardilla de los porteros, y todos los tejados de los alrededores. Nadie –excepto el enlace del Cariñoso, que en realidad es un confidente policial a las órdenes del comandante franquista que dirige la operación– puede ya entrar en el portal y nadie excepto El Cariñoso, su compañera o su suegra podría ya salir de los pisos. Cuando el confidente policial entra en la buhardilla y visiblemente nervioso le dice a Pin que tienen que bajar rápidamente porque se encuentran en peligro, El Cariñoso se asoma a la ventana, detecta el dispositivo policial y descubre la traición. Camino de una muerte segura, Pin baja las escaleras a zancadas y disparando sus pistolas a derecha y a izquierda mientras las puertas de los pisos llenos de fuerzas represivas van abriéndose a su paso, aunque los tiros sólo lo alcanzan en el portal, donde cae herido de muerte.

santalucia44Portal del número 44 de la calle Santa Lucía, en Santander | edc

Aquel 27 de octubre se cumplían tres años de la muerte de su hermano y compañero de grupo Sario Lavín, fusilado sin juicio previo en la Prisión Provincial de Santander a los pocos días de bajar del monte, desoyendo los consejos de Pin, para entregarse a las autoridades franquistas, que le habían prometido un proceso justo en el que no sería acusado de delitos de sangre, pues no había cometido ninguno.

A los pocos días de caer El Cariñoso, su suegra es fusilada en las tapias del cementerio de Santander. Cuca no puede ser fusilada –espera una criatura–, pero es encerrada en la cárcel, donde en 1942 da a luz a su hija, a la que pone por nombre Josefina y de la que cuando cumple 18 meses se hace cargo Teresa Cobo, madre de Pin y abuela paterna de la niña. Condenada a 30 años de cárcel, Cuca sigue en prisión hasta que el cónsul estadounidense logra su libertad y la envía a Estados Unidos. Josefina, que entonces tenía ya 12 años, se niega a separarse de su abuela, pero finalmente acepta viajar a Madrid para despedir a su madre, y allí sus familiares paternos que viven en la capital de España la convencen para que emprenda viaje al exilio estadounidense junto a Cuca, y ella acaba accediendo “con una gran pena”, apunta Cicero. Y juntas viajan madre e hija en tren de Madrid a Cádiz y en barco de Cádiz a Nueva York, donde llegan en vísperas de navidad “en una travesía muy penosa para ellas”.

josefinaUSA01[1]María Solano (centro) y Josefina, junto a la familia que las acogió en su primera navidad en EEUU | edc

La juez concede a Josefina su reclamación tomando como “prueba jurídica” el libro de Cicero

Al morir su madre, Josefina vuelve a España para reclamar a las autoridades su derecho a utilizar legalmente los apellidos de su padre y no sólo los de su madre. Los restos del Cariñoso están mezclados con los de sus compañeros de grupo, la mayoría de ellos miembros de la CNT, en una fosa común del cementerio de Santander –por lo que resulta imposible identificarlos–, pero la juez concede a Josefina su reclamación tomando como “prueba jurídica” el libro de Cicero, que narra precisamente que fue la madre de Pin, es decir la abuela paterna de Josefina, quien crió a la niña, que “fue ya desde el seno de su madre una víctima de la violencia del mundo, de la hostilidad de lo peor del medio ambiente hacia lo más frágil que la humanidad produce”, destaca el autor de ‘El Cariñoso’, que asegura que esa “violencia criminal” que ya desde el seno de su madre sufrió Josefina es “la misma que acabó con la vida de su padre y de su abuela” y “la misma que hizo que ella naciera en la cárcel y que tantos miembros de su familia estuvieran siendo torturados y maltratados”.

Treinta y tres años después de la muerte del Cariñoso, fallecía de muerte natural el sargento que lo abatió, que resultó herido durante la operación y fue condecorado por ella. Cansada de volver a leer, en la prensa local de aquellos días, las versiones oficiales sobre su hermano Pin, María Lavín, que tantas veces fue agredida por las fuerzas represivas del franquismo para extraerle información sobre su hermano y su grupo de escondidos, envió a los periódicos locales una carta datada el 6 de septiembre de 1974 en Liérganes. La misiva decía entre otras cosas que “cuando el Cariñoso se encontraba en Barcelona, donde estuvo unos cuantos meses, los falangistas y otros estaban atracando y maltratando a la pobre gente en nombre de Pin”, que “aún hay gente viva que puede contar cuántas y qué gordas las hicieron estos sujetos” y que “sin temor ni miedo a nada” ella estaba “dispuesta a un careo” con quien lo deseara o se sintiera ofendido. “El Cariñoso era un hombre muy honrado, como toda su familia, y no era un bandolero, sólo era un hombre de izquierdas con un par de... corazones”, puntualizaba la hermana de Pin y Sario.

Ningún periódico publicó nunca la carta.

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María Lavín, hermana del Cariñoso | AGE